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“Tipos y Costumbres de la Isla de Cuba”, una notable pieza dentro de la obra impresa del bilbaíno Landaluze

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“Tipos y Costumbres de la Isla de Cuba”, una notable pieza dentro de la obra impresa del bilbaíno Landaluze

Víctor Patricio Landaluze (Dib.), A. Galice (Grab.)

Los negros curros. De la serie Tipos y Costumbres de la Isla de Cuba, 1881

Cromolitografía sobre papel; 256 x 192 mm

Un 17 de agosto de 1881, sale a la luz “Tipos y Costumbres de la Isla de Cuba”, una notable pieza dentro de la obra impresa del bilbaíno Landaluze.

El dibujante humorístico y pintor costumbrista Víctor Patricio Landaluze y Uriarte (Bilbao, España, 6 de marzo de 1830 – Guanabacoa, La Habana, 7 de junio de 1889), llegó a Cuba con apenas veinte años y se vinculó de inmediato al género costumbrista –que había tomado auge dentro de la literatura insular,– ilustrando la obra “Los cubanos pintados por sí mismos” (1852) editado en La Habana por el español Blas San Millán. Los artículos reunidos en ese tomo se acompañaron de xilografías realizadas por José Robles sobre dibujos de Landaluze y de litografías del propio artista. Sólo vio la luz un único volumen salido de la Imprenta y Papelería Barcina, importante tipografía habanera. Este trabajo fue duramente criticado por Idelfonso Estrada y Zenea desde las páginas del semanario “El Almendares” y la crítica posterior, llegó a jugar con la idea de que Landaluze realizó las ilustraciones desde España –guiado por las descripciones de los textos escogidos para el libro– dada la poca cubanía de los tipos representados, la evidente omisión del sector negro de la sociedad criolla y el desconocimiento que se desprende de una obra, que constituye sólo, su primer acercamiento al país.

Landaluze retoma la temática de los tipos populares en 1872, cuando se radica en Guanabacoa al ser nombrado Coronel del Cuerpo de Voluntarios y Regidor del Ayuntamiento de esa Villa. En el álbum “Tipos y Costumbres de la Isla de Cuba” (1881) editado por Miguel de Villas, con prólogo de Antonio Bachiller y Morales e impreso en las prensas del “Avisador Comercial”, estableció una iconografía de consulta obligada sobre la Cuba criolla y colonial de la segunda mitad del siglo XIX. Para el libro, Landaluze realizó veinte dibujos ilustrativos cuyo conocimiento cualitativo del país y sus gentes supera con creces la visión que pudo aportar en 1852. De ellos 19 fueron impresos en fototipia con la participación de Alfredo Pereira Taveira (Portugal, 1844– La Habana,1913) y uno en  cromolitografía, grabada por A. Galice.

Tal como destaca Bachiller y Morales en la introducción del tomo, los vasos comunicantes entre la ilustración y la literatura alcanzan un papel excepcional en la representación de los tipos sociales, en tanto no sólo difunden conocimiento, sino que retratan la sociedad y ponen fisonomía a los pueblos. Y podemos añadir, que este costumbrismo visual tuvo un especial rol en la cognición de los sectores marginados y carentes de voz propia, en una colectividad pronta a satirizar las prácticas culturales de los menos favorecidos en la escala social. En cuanto al cuadro de costumbres decimonónico, Jorge Mañach señaló en su texto “Historia y estilo” (La Habana, 1944):

«Si el costumbrismo campesino tuvo más bien un acento lírico y de sublimación idealista, el costumbrismo urbano que prosperó aún más en las décadas centrales del siglo, dejó sentir a menudo un sofocado resuello polémico. Esto le venía de tradición al género. En la propia España, Larra y Mesonero Romanos habían tenido que expresar, a través del cuadro de costumbres, ideas que el ambiente no permitía ventilar en forma más explícita. En Cuba, el recurso se hizo aún más imperativo durante casi un cuarto de siglo. Muchos artículos de costumbres no eran sino "panfletos inhibidos"; después de una furtiva introducción moralizante, la versión narrativa le daba forma plástica o episódica a la impaciencia del espíritu reformista hacia los manierismos, más que las costumbres de una sociedad conformista, regalona o francamente viciosa... Era en efecto la sociedad no enteramente salida del molde factorial, corrompida por una autoridad política que trataba de frustrarle la conciencia incipiente y escindida en el cuerpo y en el espíritu por la cuña nefanda de la esclavitud.»

Mientras, el crítico Guy Pérez Cisneros afirmó en su tesis doctoral:

«Vemos, por consiguiente, en grabadores y literatos costumbristas semejanzas importantes y resultados idénticos. Pero tenemos que dejar muy claras las diferencias entre el costumbrismo literario y el plástico. El primero fue realizado por verdaderos criollos, en los cuales el sentido incipiente de la patria hacía más sensibles las injusticias de la sociedad colonial. El segundo, obra de extranjeros (Garneray, Sawkins, Mialhe, Weiss, Laplante, etc.), tendía más hacia la búsqueda de lo pintoresco que hacia la sátira social.»

Sin embargo, aunque en la ponderación de estas obras de Landaluze frente a las variantes literarias del género, hayan sido calificadas de epidérmicas y pintoresquistas por algunos comentarios especializados; se ha impuesto el criterio de que constituyen, sin lugar a dudas, un sobresaliente documento visual y el mejor reflejo en nuestra plástica, de la vida popular del siglo XIX en Cuba.

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